“Esta espera
inenarrable, esta tensión de todo el ser, este viejo hábito de esperar a quien
sé que no ha de venir. De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador.
Y cuando lleve
un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos esperando…”
¿Cómo empezar advirtiendo finales?
Bailando en precipicios, arriesgando el poder de mis pasos; no parece importarme desvanecerme esta vez. Y al caer abrir mis brazos, en el último intento de sujetarme, o sentirme amada. Amor por el viento, por la tierra que me reciba. Volver a las raíces.
Pierdo mis facultades, preguntándome si llegue a tenerlas… al menos las más nimias, esas podrían haber resistido. Se dan por vencidas esperando milagros.
Incapaz de no esperar, ni anclando el sufrimiento, ni tan
siquiera ahora que he empezado a echar el cerrojo. Ya no siento. Sin sentidos,
arrancados; ni sentido, fugitivo. Desconozco a donde voy, no lamento haberme perdido ni
perder la razón.
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