Cierro los ojos y sigo mirando. Nada. Los abro y no hay nada. Vacía por fuera y por dentro; un cementerio que insiste en seguir respirando profundamente. Ausente y perdida, dando vueltas en círculo, buscando un punto fijo donde anclar la vista, la vida. Sufriendo infiernos, piel y huesos alzándose en tormentos. Quizá nunca comprenda el significado de mi existencia; esta lucha incesante, sola y desnuda entre ejércitos de gigantes desaparecidos. Montañas de cenizas anegándome. ¡Matadme al menos los miedos!
Anestesia para el alma; para mi pobre corazón que creyó no poder estar más roto hasta perder todos los trozos. Una mente abstracta y distante para compensar realidades aplastantes. Volverme etérea; aún más lenta, perder la gravedad que tanto me sujeta.
Aceras distorsionadas bailando a mis pies nanas olvidadas. Buscar el equilibrio que nunca he tenido, solamente he conocido los extremos. Y me estremece no encontrar descansos, ¿Cuanto podré aguantar sin dar un paso en falso al seguir saltando acantilados? Piernas y cabeza flotantes como puentes, me caigo y me elevo; infinitamente. Vivir intensamente le quita peso a la muerte.
¿Recuerdas, cuando te dije: Tú le devolviste el sentido al tiempo haciéndonos eternos? Ahora el tiempo está detenido eternamente esperándonos.
Velas navegando sobre tu piel, noche tras noche. Sueño que paseamos por el agua, tú me llevas, como entonces; mar adentro, cuerpo adentro. Yo nunca supe bajar de la luna. El sol y el viento en tus manos. Los ocasos purpuras qué pintamos, las nubes y el espacio, las galaxias más bellas siguen en los lugares donde nos amamos. Mirarnos y detener el tiempo, como si nunca nada malo pudiera pasarnos; se concentraba todo el universo en un abrazo. Como si tú y yo aún fuéramos aquellos niños enamorados, que guardaron silencio.
Podría esperarte otros siete años. Mientras cada noche, inconsciente, vuelva a verte.
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